En primer lugar, quiero felicitar muy sinceramente a Arantza Quiroga, nueva presidenta del Parlamento Vasco, así como a los restantes miembros de la Mesa ayer constituida. En el caso concreto de la presidencia, creo simbólicamente muy estimulante el hecho de que un representante político constitucionalista y, concretamente, un miembro del Partido Popular, sea quien ocupe tan alto cargo. Es lo que ocurre cuando se vive en un lugar adonde la democracia plena no ha arribado: el simple hecho de que un miembro de un determinado partido democrático ocupe un cargo tan observado se convierte en noticia de alcance. Por tanto, insisto: considero sano y muy necesario que los miembros más amenazados de nuestra sociedad y aquellos que más han sufrido la persecución terrorista (y no sólo la terrorista, desde luego) vayan ocupando este tipo de cargos, algo, por cierto, que la mayoría de la sociedad vasca asume sin mayores problemas, contra los pronósticos más incendiarios y belicosos de los nacionalismos y sus acusaciones de sucursalismo que los más sectarios de entre ellos suelen lanzar(nos). La primera consecuencia es más que evidente: hoy, sábado, en Euskadi hay menos nacionalistas que ayer, esto es, menos personas que claman contra la llegada del enemigo, hay más escépticos a la ortodoxia del nacionalismos y menos aún los habrá en el futuro… si hacemos las cosas bien.
Sin embargo, más allá de esta simbología del cambio, de esta modificación estética, de este cambio de caras, entiendo que para poder votar a favor de unas determinadas personas… debemos conocer sus intenciones futuras. La elección de los miembros de la Mesa no puede circunscribirse, como se ha hecho, a un cambio de caras consecuencia directa de un acuerdo entre los socialistas y los populares. La labor a realizar por la Mesa, y especialmente por la presidenta de la misma, tiene entidad propia suficiente como para que sea tenida en cuenta, además de explicada y argumentada. Arantza Quiroga deberá dirigir y mantener el orden de los debates, cumplir y hacer cumplir el actual Reglamento e interpretarlo en caso de dudas. Históricamente se ha demostrado que no es lo mismo tener a un presidente que a otro. Para empezar, Quiroga ya ha prometido intentar hacerlo tan bien como su predecesora, la jeltzale Izaskun Bilbao, a la que reivindicó como ejemplo, por lo que, si había dudas, quedan solventadas: no existe intención ninguna de mejorar su trabajo anterior ni de cambiar nada a fondo, así que el cambio se limita… a un cambio de caras. Insisto en que la elección de este cargo tiene un valor en sí mismo y debía haberse separado del pacto entre populares o socialistas o, al menos, prestigiarlo de otro modo, darle un valor propio, insistir en las cualidades de Quiroga. O, al menos, contestar a una serie de preguntas: ¿Qué tipo de labor tiene intención de realizar Arantza Quiroga al frente de la Mesa? ¿Qué principios seguirá que mejoren su funcionamiento interno, que mejoren la democracia parlamentaria, que habiliten y fomenten la crítica deliberativa de la oposición? ¿Impulsará la modificación del actual Reglamento, al que su partido se opuso hace cuatro meses? No lo sabemos. Nada de esto nos han explicado. Quizás podían haberlo hecho vía señales de humo, pero entendemos que una reunión era lo más apropiado. Pero esta reunión no ha existido.
La política debe basarse en el diálogo y éste en la confianza entre los distintos partidos políticos. Si no quieren explicarnos su propuesta, será que no quieren nuestro voto. No pueden exigirnos que ejercitemos un acto de fe o nos imaginemos los proyectos de cada cual. Para esto, nos habríamos quedado en nuestra casa y habríamos creado un club de montaña o una banda de música, no un partido político con sólidos principios fundacionales (a los que nunca renunciaremos). Podría haber bastado una llamada o una reunión para que nuestro voto fuera sido el que, según dicen ahora, esperaban. Pero un partido político, aunque pequeño como el nuestro, debe ser serio y guiarse únicamente por lo que escucha o ve, no por lo que imagina.
La Mesa tiene como una de las labores principales la de impulsar, si así lo considera necesario, una modificación reglamentaria. Y éste es uno de nuestros deseos: profundizar y ensanchar estos aspectos internos de la democracia, y no únicamente para que podamos abordar la obligatoriedad de los parlamentarios de jurar la Constitución como medida más simbólica y mediática, sino también para hacer un Reglamento más claro y objetivo, al objeto de salvaguardarlo de las arbitrariedades del presidente de turno y, sobre todo, un Reglamento que facilite un mejor control del Ejecutivo por parte del Legislativo, simplificando la maraña reglamentaria que pospone, retrasa y dificulta este control. O sea, cambios o reformas coherentes con el deseo de cambio que ambos partidos dicen abrazar (aunque ayer los aplausos mutuos no fueran demasiados)… pero nada nos han dicho ni explicado acerca de todo esto. No obstante, esta votación ha finalizado y no les guardo rencor: el futuro podrá ser distinto.