A lo largo de todo el día del sábado pasado, hasta la noche donde los pensamientos se desbordan en exceso y se dispersan, estuve conversando largo con personas de ideas diversas. Como de momento no me planteo hablar únicamente con los de mi cuerda, cuando me encuentro generoso me abalanzo a discutir con los que supongo me llevarán la contraria. Busco la discusión abierta y necesaria que algunos tanto aborrecen y evitan. Hace años lo hacía incluso con los amigos que defendían lo indefendible, pero ahora apenas los encuentro, nos fuimos separando e ignoro si habrán corregido tamañas ideas o si seguirán embarcados en tan ruinosa e indigna empresa. Siempre fuí de los que los escuchaba con iluso ánimo de embaucarlos, pero la tarea resultó inútil y en parte me siento incluso responsable por no haber sido suficientemente convincente. Mi última misión imposible que traté de sacar adelante, fue convencer a una amiga de la conveniencia de la aplicación de la ley de partidos, y a pesar de que intuí cierta derrota inconfesada en ella, tan pronto nos despedimos adiviné que las cosas volverían a su cauce. En fin, que aunque por estos lares las discusiones políticas brillan por su ausencia o se llevan a cabo casi en silencio, todavía quedamos algunos que osan hacerlo… y debo decir que siempre he aceptado peor que me silencien imperativamente a que me lleven la contraria con la peor de las ideas.
El sábado pude disfrutar compartiendo determinado análisis lingüístico con una juntera socialista amiga, y un apolítico empedernido sólo me censuró cuando aseveré que los nacionalistas defendían el euskera como arma arrojadiza. Lo que observé de la situación idiomática actual le pareció acertado y cuando le planteé lo que nosotros podríamos ofrecer en nuestro programa le pareció muy razonable. A la noche conversé con un concejal nacionalista de una localidad que puede ser protagonista en breve, con un amigo altzatarra al que no le perdonaré que nos haya negado el voto y con otro concejal socialista cansado de llevar escolta. Con estos dos últimos, como son amigos cercanos, charlo a menudo. El primero de ellos mostró su desacuerdo con que Rosa hubiera votado en contra e incluso mostró cierto ímpetu en sus palabras de desaprobación… y al segundo lo que no le gustó fue la vestimenta de nuestra portavoz, a juego con su carácter valiente y espíritu vehemente. En fin, conversaciones más o menos abiertas, humorísticas y hasta burlescas, en tono amistoso la mayoría del tiempo y escasas veces con ánimo de censura.
Sin embargo, lo más relevante fueron determinadas palabras del concejal jeltzale, familiar al que no veía desde hacía unos meses y que habitualmente me produce cierta risa cariñosa. Es un personaje curioso cuya situación en el partido me extraña tanto como verle a mi sobrino de tres años resolver una ecuación matemática, dado su pasado político, su tradición familiar y hasta sus ideas políticas. Yo le hice ver que un servidor considera a su partido una secta, y él optó por la sonora carcajada más que por la indignación esperable. «En el PNV, a diferencia de en el PSOE, hacemos hueco a quien quiera ocuparlo y podemos defender ideas casi divergentes». Entonces se dirigió a mi amigo de Alza y, como si el partido socialista fuera de su incumbencia, le espetó: «Sin embargo, vosotros le hicisteis el vacío político a Rosa Díez hasta que tuvo que irse», mostrando bastante respeto por nuestra líder. Me hizo ver, no obstante, y está en su derecho, que nosotros llevamos la contraria a todos y entonces le pedí paciencia porque vería que apoyaremos sin ningún problema todo aquello con lo que lleguemos a estar de acuerdo. Y como traca final me anunció una negativa suya a apoyar cualquier moción de censura que tuviera como objeto desalojar a ANV de su ayuntamiento: «los socialistas fueron los que admitieron su presencia así que sean ellos ahora los que los desalojen!». No comparto semejante postura, pero «algo de razón tienes», le contesté.