Alberto Núñez Feijóo no tiene asegurados ni su supervivencia política ni su acceso a la Moncloa, de lo cual depende aquella. Su desafío es consolidar su liderazgo y convertirse en alternativa real a Sánchez, algo que no puede darse por hecho, por mucho que el líder socialista nos parezca el peor presidente de la democracia. Porque los cadáveres políticos que atesora Pedro Sánchez a lo largo de su carrera se amontonan en los arcenes de la carretera por donde transita, bien sean rivales socialistas de dentro del PSOE que pasaron a mejor vida o se han neutralizado, bien sean rivales que osaron hacerle sobra para intentar gobernar España y hoy crían malvas o se han jubilado: desde Rajoy o Casado hasta Pablo Iglesias, pasando por Albert Rivera, Irene Montero, Ione Belarra o Yolanda Díaz, quien sigue siendo vicepresidenta pero a quien ya nadie toma en serio ni considera alternativa de nada. O sea, que están políticamente muertos o han sido asimilados para la causa sanchista, que no es otra que intentar mantenerse en la Moncloa. Feijóo de momento sigue vivo pero tal cosa no le será suficiente o lo será por poco tiempo: necesita acceder a la Presidencia del Gobierno de España y casi cuanto antes. O al menos dar la sensación de que puede conseguirlo más pronto que tarde.

Sánchez se mantiene en la Moncloa consecuencia de sus acuerdos políticos con populistas e independentistas que están destruyendo la España del 78 y erosionando la propia democracia, pero la cosa se le complica: todo cuanto ha cedido a corruptos e independentistas (indultos, abaratamiento del delito de corrupción, amnistía o, ahora, concierto económico catalán) y la corrupción familiar y política que lo circunda podrían provocar el fin de su carrera política y la implosión del PSOE. Las encuestas muestran su desgaste pero no su derrota definitiva. La ignominiosa concesión del concierto económico a Cataluña para que Illa sea president puede significar la puntilla y terminar provocando lo que todas las cesiones previas no lograron: por un lado, un desgaste que termine con su carrera política; por otro lado, la construcción de una alternativa desde dentro del PSOE o, en caso de que esta alternativa no se produzca, el fin del partido. De momento, la federación socialista aragonesa ya se ha mostrado unánimemente contraria a la independencia fiscal que Sánchez pretende conceder, a costa de todos, a Cataluña, y es posible que este movimiento sea solo el inicio de otros movimientos de otras federaciones y otros socialistas que hasta ahora han tragado lo que no estaba escrito… en el programa socialista. Es cierto que podría ocurrir lo contrario y que se sigan mostrando tan cobardes como hasta ahora. Sin embargo, en este caso se juegan la financiación de sus comunidades autónomas y sus propias aspiraciones políticas. Si ni así presentaran batalla y alternativa, solo nos queda esperar que se cumpla el refrán de los optimistas por antonomasia: No hay mal que cien años dure. Pero no tenemos tanto tiempo.

Además, el Gobierno de España carece ya de la exigua mayoría parlamentaria de la coalición supuestamente progresista que lo ha mantenido vivo, está siendo incapaz de sacar adelante ninguna ley en el Congreso de los Diputados y no va a poder aprobar los Presupuestos Generales del Estado; por si todo ello fuera poco, el prófugo Puigdemont está dispuesto a complicarle todavía más las cosas a Sánchez como venganza por haberle birlado la Generalitat de Cataluña y no gozar ya de la inmunidad que le concedía su cargo de eurodiputado. De momento, ya se ha adelantado a noviembre el Congreso Federal del PSOE para purgar a los críticos, consolidar el poder omnímodo de Sánchez y, quizás, adelantar las elecciones a comienzos del próximo año, para las que activaría todo su argumentario de andar por casa que hasta ahora ha resultado tan intelectualmente cutre como efectivo: Sánchez contra los bulos, contra los jueces fachas y contra la extrema derecha. Y ya quizás con toda la izquierda reaccionaria unida bajo unas mismas siglas o casi, porque Podemos y Sumar se conformarán con las migajas, y quizás ni eso. Y con los críticos socialistas laminados, ya miembros de pleno derecho de la fachosfera, como tantos otros.

España no tiene ni gobierno ni liderazgo político, es cierto; sin embargo, está por ver que disponga de una alternativa al menos en el flanco derecho y que Feijóo tenga la fuerza necesaria para lograr la victoria y una victoria lo suficientemente holgada que le permita gobernar en solitario. Porque que no haya gobierno no quiere decir que haya oposición y alternativa. O sea, que haya cierta esperanza.

Feijóo deberá hacer algo más que esperar a que el sanchismo caiga como fruta madura. En breve presentará su recurso de inconstitucionalidad a la Ley de Amnistía y la recusación de algunos de los magistrados del Tribunal Constitucional, entre ellos el de su presidente Cándido Conde-Pumpido. Una moción de censura está de momento descartada, por mucho que hayan surgido algunos rumores disparatados durante las últimas horas. Así que, mientras Sánchez no convoque elecciones generales, Feijóo deberá mostrar, a falta de colmillo, liderazgo, solvencia e ideas: por ejemplo, qué es lo que defiende en relación a la política migratoria, cómo pretende garantizar la independencia de la Justicia, cuál es el modelo de Estado que quiere para España o cuál es su propuesta de financiación autonómica.

En el fondo, es un poco lo de siempre: comprobar si Feijóo es capaz de convencer a una mayoría de españoles para alcanzar la Moncloa. O, dicho de otro modo, cuántos de quienes van a dejar de votar a Sánchez votarán a Feijóo. Es decir, si, visto que una mayoría de españoles ya rechaza a Sánchez, si hay una mayoría que apoye a Feijóo y está dispuesto a votarle. Porque una cosa no lleva necesariamente a la otra.

(Publicado en Vozpópuli el 3 de septiembre de 2024)