El nuevo partido Izquierda Española apenas logró superar la barrera de los 33.000 votos en las elecciones europeas, muchos menos de los necesarios para alcanzar representación en el Parlamento Europeo y, desde luego, muchos menos de los que algunos, quizás los más ingenuos, esperábamos. Tras un gran trabajo de Guillermo del Valle en El Jacobino durante prácticamente tres años, el abogado crea a finales del año pasado Izquierda Española, partido político que se presenta a la opinión pública a comienzos de 2024. Durante las primeras semanas, el nuevo partido logra tener una gran repercusión mediática, con presencia en casi todos los principales medios de comunicación, con menciones en columnas y artículos de opinión y con Guillermo del Valle exhausto de conceder entrevistas. En esos primeros momentos el éxito parecía una certeza. Una de las primeras cosas que llama la atención del nuevo proyecto es su nombre, esa provocación intelectual en la España de nuestros días: Izquierda Española. Venían provocando. Y es que nunca en la historia de nuestro país un partido político se ha llamado de semejante manera. El objetivo era entrar en el Parlamento Europeo, objetivo que finalmente (o de momento) no se ha alcanzado. Y este resultado vuelve a interpelarnos a quienes analizamos la realidad política sobre la posibilidad de que exista en España una izquierda semejante: ¿de verdad no es posible que exista en nuestro país una izquierda que defienda racionalmente la unidad de España?
Desde Zapatero, el PSOE lleva sufriendo una deriva populista y reaccionaria que lo ha acercado, tanto por necesidades electorales como por razones ideológicas, a posiciones protonacionalistas. Zapatero hizo posible el nuevo estatut por espurios intereses electorales cuando en Cataluña nadie lo reclamaba, lo que terminó provocando el crecimiento del separatismo y el inicio del proceso independentista. Fue la época de la plurinacionalidad, el federalismo asimétrico, la nación de naciones y el confederalismo, esa cacharrería que el socialismo español ha hecho definitivamente suya. España era, según Zapatero, un concepto discutido y discutible. Y ser vasquista o catalanista era indiscutiblemente progresista mientras que ser españolista era lo más reaccionario del mundo.
Con Pedro Sánchez han llegado los pactos del PSOE con la extrema izquierda representada por Podemos y con los nacionalistas e independentistas que quieren romper España. Sánchez es quien lleva a la práctica política en su grado supremo toda esta mercancía averiada del nacionalismo. En parte, porque la alternativa a estar en la Moncloa con semejantes compañeros de viaje es permanecer en la oposición por tiempo indefinido, y eso nunca jamás va a permitírselo Sánchez. Durante los últimos tiempos, Sánchez ha concedido el indulto y después la amnistía a los líderes del proceso independentista que se saltaron la Constitución Española y pretendieron romper el Estado, corruptos incluidos, a cambio de que lo mantengan en la Moncloa. Entretanto, ha asumido la inmersión lingüística y la imposibilidad de estudiar en español en una parte de España, lo que perjudica especialmente a los ciudadanos más vulnerables o con menos recursos. En estos mismos momentos, el PSOE negocia con ERC la concesión de un pacto fiscal, una financiación singular (o sea, privilegiada) o un concierto económico para que Cataluña aporte menos de lo que le corresponde aportar a la solidaridad interterritorial y al conjunto del Estado, lo que no será sino el final de la igualdad, la solidaridad y la redistribución entre territorios y personas. En sus ratos libres se dedica a lo que más le gusta: intentar controlar a los jueces y amordazar a los medios críticos. Y a continuación puede darse, si el PSOE lo necesita, el ejercicio del derecho a la autodeterminación, lo que significaría la destrucción definitiva de España. El PSC, por su parte, su partido hermano en Cataluña, no es que linde con el nacionalismo sino que lleva siendo años su principal punta de lanza para asentar algunas de sus principales ideas y propuestas, como la inmersión lingüística, el federalismo asimétrico o el Espanya ens roba catalanista.
En palabras de Antonio Muñoz Molina, primero se hizo compatible ser de izquierdas y nacionalista, después se hizo obligatorio. Esta idea ha calado en amplios sectores de la sociedad, por mucho que a bastantes nos parezca una contradicción en los términos. Es todo eso que algunos hemos llamado «izquierda reaccionaria» en contraposición a la izquierda progresista e igualitaria que vemos tan necesaria y que Izquierda Española quiere representar.
Es posible que una de las principales razones del fracaso de Izquierda Española sea la disonancia que supone para muchos defender políticas sociales y fiscales de izquierdas y a la vez defender la unidad de España frente a quienes quieren romperla: es como que te explota la cabeza. Y es que a menudo ocurre que quienes defienden lo primero no ven necesario defender lo segundo y que quienes defienden lo segundo desprecian lo primero. Porque además si uno defiende la unidad de España es considerado automáticamente de derechas, y si uno se acerca o asume las posiciones de nacionalistas, separatistas o independentistas, entonces es más de izquierdas que nadie. ¡Esto sí que es una disonancia cognitiva!
Es posible que algunas de las razones que expliquen el fracaso de Izquierda Española estén relacionadas con lo dicho arriba. Pero es posible también que las principales razones tengan más que ver con cuestiones más prosaicas: principalmente, la falta de financiación suficiente o la escasa presencia en las principales televisiones, que es donde la mayor parte de la sociedad se sigue informando, y quizás una cosa lleva a la otra. O quizás Izquierda Española no ha sabido leer la situación política del momento y ha errado en aquello en lo que había que insistir en el actual momento político. Quizás ha buscado el voto de quienes la desprecian y ha despreciado a aquellos que podrían votarla aun no siendo de izquierdas. O quizás ha priorizado su ubicación ideológica a la búsqueda de los votos, lo cual en política puede ser un suicidio, por muy honesto que sea. No se trata de convertirse en Alvise sino de ser práctico.
Además, en un contexto de máxima polarización política, quizás se ha equivocado al tratar de repartir culpas y responsabilidades entre unos y otros, porque al final ni unos ni otros le han votado. Quizás la crítica a la derecha o a la extrema derecha debería haber sido más sutil o menos insistente, más que nada porque es el PSOE el que gobierna ahora; y es preferible centrar el tiro siempre pero especialmente cuando dispones de pocas balas. Por otro lado, el marco europeo quizás no haya ayudado, porque el escenario electoral ha diluido los graves problemas nacionales. Por lo demás, es absurdo y consume demasiadas energías tratar de convencer a quienes te van a considerar de derechas por defender la igualdad y la unidad de España, por muchas políticas de izquierdas que se propongan. Y esa guerra es una guerra perdida de antemano que solo lleva a la melancolía.
Además, el adversario también juega. Y es posible que el PSOE, a pesar de ciertas críticas internas que se intuye existen y de estar debilitado, no lo está tanto como se suponía ni hay tanta vida inteligente como se piensa en ese espacio; y el PP, por su parte, no solo ha recogido los votos de Ciudadanos, sino de parte de los socialdemócratas críticos con Sánchez. En cuanto a los actuales votantes de Podemos o Sumar, parece imposible acceder en el corto plazo a ellos: viven en su mundo… nacionalista.
Así que, tras el varapalo electoral que ha sufrido, el proyecto necesitará tiempo, dinero, ingenio y suerte en el futuro. Que exista en nuestro país una izquierda que defienda a la vez los servicios públicos, la igualdad y la unidad de España sigue siendo indispensable. A pesar de todas las dificultades, no me creo que no haya público objetivo que la respalde. Por eso creo que Guillermo del Valle e Izquierda Española tendrán una nueva oportunidad más pronto que tarde.
(Publicado en Vozpopuli el 25 de junio de 2024)