Al parecer, el pasado viernes, en una conversación informal con periodistas, Alberto Núñez Feijóo les confesó que, tras las elecciones generales del 23 de julio y durante las conversaciones que mantuvo con Junts durante el mes de agosto, el PP llegó a estudiar la posibilidad de concederles la amnistía. Según ha señalado Feijóo después, el PP descartó tal posibilidad en menos de 24 horas, al concluir tras estudiarla que la medida sería inconstitucional. Además, y en relación con la posibilidad de indultar a Puigdemont, el líder del PP dijo a los periodistas que no se daban las circunstancias, y que la medida de gracia nunca la concedería antes de que el prófugo de la Justicia española fuera juzgado y condenado, se arrepintiera, descartara la vía unilateral para la independencia y aceptara el Estado de Derecho. O sea, nunca antes de que Puigdemont dejara de ser Puigdemont y se convirtiera en una persona distinta. Y siempre, claro está, que Feijóo fuera presidente del Gobierno de España, para lo cual necesitaba los votos de Puigdemont (para lo que se reunió con Junts)… y los de Vox. Qué manera de complicarse la vida, ¿no?
No sé quién aconsejó a Feijóo que mantuviera esa conversación informal con los periodistas para decirles las cosas que les dijo, justo en el momento en que Europa tiene acorralado a Sánchez por la amnistía y a siete días de las elecciones gallegas. O si se le ocurrió a él solo o si existe alguna causa mayor de la que no sepamos todavía gran cosa. En todo caso, lo que sus declaraciones evidencian es un error originario en el hecho de reunirse con Junts para intentar alcanzar la Moncloa, por no descartar cualquier amnistía y por no descartar cualquier indulto del tipo que sea desde el inicio y por principios. Y no a las 24 horas sino al segundo. Por eso sus declaraciones a los periodistas y en parte las del fin de semana son desasosegantes para millones de ciudadanos españoles que habrán pensado: «Ni del PP nos podemos fiar en cuestiones territoriales». Cosa que igual muchos ya la pensaban antes, vistos los antecedentes. Y, claro, suponen un balón de oxígeno para Pedro Sánchez y el PSOE. Otro más de los que habitualmente reciben los socialistas de sus oponentes cuando están contra las cuerdas.
En todo caso, ahora sabemos algunas cosas más que antes intuíamos y otras más que no queríamos ni sospechar. La información confirma que el PP sí mantuvo conversaciones con Junts después de las elecciones generales y que estas reuniones se celebraron para comprobar si era posible la investidura de Feijóo con los votos de quienes protagonizaron un golpe a la Constitución Española para alcanzar la independencia ilegal de Cataluña. Y sabemos que Feijóo descartó la amnistía en menos de 24 horas y que la rechazó al concluir que es inconstitucional. Al parecer, no se le ocurrió pensar que la amnistía es principalmente y sobre todo improcedente, inmerecida e injusta incluso antes que inconstitucional, porque rompe la igualdad ante la ley, concede privilegios a una casta política a cambio de unos votos y hace saltar por los aires la separación de poderes; lo cual puede y debe saberse en cuanto alguien te la solicita o incluso sin que nadie te la solicite y sobre todo cuando te la solicita un delincuente a cambio de investirte. Quizás Feijóo carezca de asesores, estos tengan demasiado trabajo, sean muy torpes o estén a otras cosas. O quizás todo sea responsabilidad de Feijóo, que no se deja asesorar. O quizás, como decía más arriba, haya cosas detrás que todavía no sabemos.
Estas confesiones de Feijóo ante los periodistas se producen apenas unas horas después de que Puigdemont lanzara una amenaza velada al PP tras comprobar lo difícil que tiene ser finalmente amnistiado al estar siendo investigado por terrorismo: «Todo se sabrá», dijo el expresident. Y de ahí la hipótesis de que Feijóo teme que Puigdemont termine contando qué le ofreció el PP para lograr su investidura, y, ante esta posibilidad, ha preferido llevar a cabo una deflagración más o menos controlada y anticipada del escándalo, como modo de amortiguarlo y limitar daños. Y esta es, por tanto, la otra posibilidad que existe, quizás la más creíble.
El PSOE y Vox, que no son tontos, han aprovechado la polémica para desgastar a su principal adversario: según Vox, la postura del PP supone «una gran estafa política»; según Zapatero, la información evidencia «la hipocresía del PP», y «las cosas que se han conocido suponen el fin de una infamia protagonizada por la derecha y el PP de Feijóo». Según Sánchez, el PP habría aprobado una amnistía si no dependiera de Vox. No es que el PSOE pueda dar ninguna lección, pero ante el gobierno infame que padecemos es preferible que la oposición tenga cierto nivel y no cometa semejantes errores.
La polémica ha estallado a siete días de las elecciones autonómicas gallegas, donde el PP se juega su quinta mayoría absoluta consecutiva. Según algunas encuestas, podría perderla, y el PSOE gobernaría con el BNG, partido independentista al que al parecer estaría dispuesto a votar nada menos que uno de cada tres gallegos que voten. A esto se ha llegado incluso en Galicia. Aquí podría cumplirse una máxima en política: habiendo dejado de ser el PSOE un partido de Estado y habiendo asumido parte de las ideas nacionalistas, el electorado termina votando al original antes que a la copia.
Más allá de las elecciones autonómicas gallegas, el PP de Feijóo parece dubitativo y con demasiadas pocas ideas claras. Y en parte por culpa de Vox, que lo condiciona. La existencia de su escisión a su derecha lo priva al PP de alcanzar una mayoría suficiente que le permita gobernar, objetivo último de cualquier partido: por un lado, la existencia de Vox divide a la derecha y le resta votos al PP; por otro lado, sus pactos con los de Abascal echan para atrás a muchos que votarían al PP pero que prefieren no hacerlo y seguir en la abstención ante esa posibilidad. Y el PP, atado de pies y manos y huérfano del apoyo de aquellos en quienes históricamente se ha apoyado (CiU y PNV, fundamentalmente), se muestra nervioso y tendente a ceder ante ellos como se cedió en el pasado. Y no debería. Porque en política hay que tener paciencia y mantener siempre los principios que uno se supone tiene aunque otros no los tengan.
(Publicado en Vozpópuli el 13 de febrero de 2024)