En los regímenes democráticos, los sistemas políticos pueden ser de dos tipos: parlamentario y presidencialista, además del denominado como semipresidencialista, variante de este último. Ambos sistemas han sido largamente estudiados por la Ciencia Política. Y cada cual tiene sus virtudes y sus defectos. En el sistema parlamentario, los parlamentarios elegidos por los ciudadanos determinan con su voto quién es el presidente del gobierno o primer ministro, que depende siempre de la cámara legislativa. En el sistema presidencialista, a diferencia del parlamentario, los ciudadanos sí eligen directamente al presidente del gobierno a través del correspondiente proceso electoral.
Dado que nuestro sistema es parlamentario, es decir, al Presidente del Gobierno de España no lo elegimos directamente los ciudadanos sino que lo eligen con su voto, una vez elegidos, los diputados del Congreso de los Diputados, exigir que en cualquier circunstancia gobierne la lista más votada no tiene el menor sentido. Será presidente quien logre los apoyos suficientes para ser investido, pertenezca o no pertenezca al partido más votado. Es perfectamente legal y legítimo, más allá de que nos gusten más o menos la coalición que se conforme, o estos o aquellos compañeros de viaje más o menos indeseables.
En España, al ser un sistema político parlamentario, podemos encontrarnos ante las siguientes situaciones. Uno, que el candidato a la Presidencia del Gobierno de España alcance la mayoría absoluta de los votos del Congreso de los Diputados; en este caso, sería elegido Presidente del Gobierno y formaría un gobierno monocolor y gobernaría en solitario (es el caso de las tres mayorías absolutas de Felipe González, la de Aznar del año 2000 y la de Rajoy del año 2011). Dos, que el candidato del partido más votado no alcance la mayoría absoluta, en cuyo caso tendría dos opciones: buscar y alcanzar apoyos parlamentarios entre los partidos de la oposición para conformar un gobierno de coalición, o gobernar en solitario, bien porque no tiene apoyos suficientes o porque considera que el precio que debe pagar por dichos votos no le conviene al partido político, a la gobernabilidad o, en general, a España. (Es básicamente lo que nos dijo Pedro Sánchez respecto de Podemos: por el bien de España y su propio descanso, jamás gobernaría con Podemos, a pesar de que pudiera tener mayoría absoluta con la formación morada). Para que esta última circunstancia se diera (gobernar en minoría), debería lograr más votos a favor que en contra; o, dicho de otro modo, que parte de la oposición se abstuviera para permitir que el candidato más votado fuera elegido Presidente del Gobierno de España.
Si, como se prevé y vaticinan las encuestas, el PP gana las elecciones holgadamente, el PSOE debería facilitar que Alberto Núñez Feijóo fuera elegido Presidente del Gobierno. Y tal circunstancia, por cierto, no implica necesariamente dejarlo que gobierne cómodamente; más bien al contrario, puesto que Feijóo se encontraría en minoría y tendría que buscar apoyos permanentemente a lo largo de toda la legislatura, sería una forma de conformar una oposición más incisiva y determinante. Si el PSOE tanto teme que Vox forme parte del Gobierno de España, abstenerse para que gobierne Feijóo sería la mejor forma de impedirlo. Y es lo que defiendo que haga: si el PP no logra la mayoría absoluta y el PSOE no tiene apoyos suficientes, debe abstenerse para permitir que Feijóo sea elegido Presidente; y que después haga la oposición democrática que considere.
Si, por lo tanto, en estas circunstancias, el PSOE no tuviera los apoyos necesarios y, a pesar de ello, se negara a negociar y a abstenerse para que Feijóo fuera investido Presidente del Gobierno, tal hecho querría decir una de estas dos cosas: o pretende forzar al PP a buscar el acuerdo con Vox o pretende que se repitan las elecciones. La primera hipótesis nos llevaría a la idea de que el PSOE desea que Vox forme parte del Gobierno, con el objetivo de perjudicar al PP… y al Gobierno de España. Y nos llevaría a concluir que el PSOE no solo no teme que Vox forme parte del Gobierno y tenga, por tanto, más protagonismo político y más poder de decisión, como nos ha venido insistiendo, sino todo lo contrario: si se negara a abstenerse para forzar al PP a incluir a Vox en el Gobierno, demostraría que está deseando que el partido de Santiago Abascal tenga más fuerza y sea más determinante. Tal circunstancia no deberíamos considerarla ni extraña ni, por lo tanto, descartable; al fin y al cabo, la estrategia tanto del PSOE como de Podemos desde hace unos cuantos años ha sido la de fortalecer políticamente a Vox, y con un doble objetivo: por un lado, dividir a la derecha y, por lo tanto, perjudicar al PP; y, por otro lado, dar alas al extremismo de derechas, para presentarse después como su antídoto. Todo un ejercicio de cinismo político. La segunda hipótesis (negarse a negociar y a abstenerse para forzar una repetición electoral) sería una irresponsabilidad política que podría perjudicar sus propios intereses partidarios.
Así que, especialmente en los tiempos que vivimos, el PSOE debería no solo permitir que gobierne Feijóo si Sánchez no gana las elecciones o carece de los apoyos suficientes para formar gobierno, sino que debería tratar de buscar pactos de Estado con el PP al menos para que la gobernabilidad de España no dependiera de los nacionalistas, los independentistas y los populistas. Sí, ya sé que esto no es condición suficiente para enfrentar los retos que tenemos delante, pero es a día de hoy condición necesaria. Sé que no es gran cosa. Y sé también que con este PSOE será imposible.
(Publicado en Vozpópuli el 11 de julio de 2023)