Hace 20 años, cuando yo tenía 20 años, mataron a Gregorio Ordóñez, que tenía 35. Recuerdo perfectamente que fue mi madre quien, entre sollozos, me dio la noticia al abrirme la puerta de casa: «pobre, lo han matado». Es lo que tiene haber formado parte y pertenecer a una familia preocupada por los asuntos públicos, solidaria y atenta a lo que ocurre a nuestro alrededor, sabedora de que lo que le ocurre al otro nos ocurre a nosotros y de que los problemas de los otros son sin duda también nuestros problemas. Porque todos somos ciudadanos y personas. Es lo que tiene haber formado parte y pertenecer a una familia «política»: que cada uno de sus miembros, cada cual a su manera, nunca se borró y siempre tomó partido. No ya en este asunto del terrorismo de ETA contra la sociedad democrática sino, en general, en cualquier tema que tuviera cierto interés social. Aunque es cierto que el terrorismo de ETA nos dejó una huella especial e imborrable: es lo que tiene no haber mirado nunca para otro lado ante tantas injusticas cometidas durante tanto tiempo y ante tanto silencio cobarde, acomodado o cómplice.

Yo no desperté el día que ETA asesinó a Gregorio Ordóñez, llevaba años indignado. Pero aquel asesinato fue de los que más me dolió. ETA pretendía asesinar la voz y la palabra, la libertad de expresión y de conciencia y, por tanto, la propia democracia. ETA asesinó a un joven valiente muy conocido en Euskadi que tuvo al menos una cosa clara, quizás la más importante: que frente a ETA y sus injusticias y su pretensión de imponernos un proyecto político totalitario no podíamos quedarnos callados. Y ese fue su legado esencial. Que la mejor forma de defender la libertad de expresión es expresarse libremente. Que la dignidad había que situarla dos peldaños por encima del miedo. Que las verdades deben decirse. Que el silencio es casi siempre silencio cómplice. Que hay que tomar partido. Que si pretenden callarnos, debemos hablar. Por eso lo asesinó ETA: para silenciarle a él y para silenciarnos a todos los que nos oponíamos al terrorismo etarra y a sus ideas totalitarias.

La respuesta de los demócratas ante los fanáticos debe ser siempre básicamente la misma: seguir dibujando, seguir escribiendo y seguir hablando.