Hablamos de una joven pareja española: Marcos y Laura. Ella, embarazada. – La alegría truncada porque así lo decide el destino pero también porque el hombre comete numerosos errores que deben ser denunciados y corregidos. Porque se trata de mejorar el bienestar de los ciudadanos y construir un país más digno donde vivir, y alejarnos de la autocomplaciencia que perpetúa viejas leyes muy mejorables.- Poco antes de cumplirse las 22 semanas de embarazo, plazo legal para interrumpirlo en España, la pareja recibe de un centro privado las primeras informaciones que anuncian tragedia: el feto parece que sufre gravísimos problemas físicos y psíquicos. Las perspectivas son devastadoras. La pareja acude al hospital público La Paz, cuya maternidad goza de un gran prestigio, para constrastar semejante noticia. El nuevo diagnóstico contradice al primero: «el feto está perfectamente. Lo que les ha dicho esa doctora es una barbaridad», sentencia un doctor experimentado. La pareja recobra cierta inestable alegría y «¿cómo habrá podido equivocarse la primera doctora?», se preguntan. Pasan las navidades en Sevilla, donde disfrutan las fechas con la familia de Marcos . De vuelta en Madrid, acuden al hospital Ramón y Cajal para pasar otro examen que les devuelve la zozobra y la impotencia más absoluta: la resonancia magnética determina que el feto tiene lesiones irreversibles y… ya han pasado las 22 semanas – algo que suele ser habitual, que el diagnóstico se confirme después del plazo legal, supongo que porque la medicina es una ciencia pero no del todo exacta – . Puesto que el tiempo corre en su contra, urge acudir a una clínica privada, donde le realizan nuevas pruebas a Laura: no hay dudas, el feto sufre lesiones irreversibles. A partir de este anuncio, se inicia un periplo de seis centros privados y al menos 15 médicos, en distintas ciudades españolas. Las clínicas, ante los últimos escándalos y procedimientos judiciales, rehúyen practicar un aborto que la ley española permite cuando existe grave riesgo para la salud psíquica de la madre. En Sevilla localizan un centro público dispuesto a practicar el deseado aborto, hasta que surge un incomprensible problema burocrático: no es posible llevarlo a cabo con tarjeta sanitaria… de Madrid. Les proponen propuestas imposibles: Colorado… y París, adonde acuden como ciudadanos de un país tercermundista, clamando por una ayuda que no reciben en el suyo propio. En el hospital parisino y público Debré son acogidos y confirmado el peor de los diagnósticos, que una Junta debe valorar con tiempo. La ley francesa permite el aborto libre durante las primeras doce semanas de embarazo y después de este tiempo únicamente por grave riesgo para la salud de la madre o por malformaciones del feto. Vuelven al mes para realizar más pruebas, tiempo durante el cual permanecen en España, alternando el desesperado deseo por despertar de la pesadilla con el tan humano deseo de mantener la esperanza de un improbable milagro. Finalmente, los médicos les comunican que están dispuestos a practicar el aborto. El feto, casi ya un bebé, carece de una parte del cerebro. Se confirma lo que se sabía desde meses atrás: de nacer, es probable que nazca y permanezca en estado vegetativo toda su vida o que tenga un importante retraso mental o que padezca terribles y constantes convulsiones y sea, además, ciego.

En fin, una historia tan real como cruel que sintetiza ciertos problemas que exigen ser resueltos lo más rápidamente posible: un aborto deseado por una pareja desesperada que no encuentra apoyo institucional ni legal, un estado autonómico que permite situaciones kafkianas que habilitan desigualdades que nos soliviantan y, en fin, cierto estado de opinión que duda de que el ser humano pueda comportarse como mayor de edad, optando libremente por seguir su propia conciencia en lugar de a una moralidad que en lugar de liberarnos nos encadena.