Cabe la posibilidad de que el socialista Illa sea un nacionalista convencido, crea en la superioridad racial de los catalanes, sea favorable a la independencia fiscal del territorio que ya gobierna, abogue por que los que menos tienen financien a los que tienen más por razones étnicas, considere negativo que se pueda estudiar en español en Cataluña y, en fin, sea defensor de que la comunidad autónoma de la que ya es president tenga el derecho a impedirnos al resto votar sobre cuestiones que son de nuestra competencia (como el modelo de Estado o el futuro de España); es, desde luego, lo que parece, aunque también cabe la posibilidad de que, en el fondo, carezca de ideología alguna y de que su único objetivo, como el infame Sánchez, sea alcanzar y mantenerse en el poder aunque caiga España.
Sea como fuera, el desenlace es el mismo: a efectos prácticos, Cataluña ya está gobernada por un nacionalista supremacista de nombre Salvador Illa que aplicará el programa político que históricamente ha defendido y aplicado el nacionalismo como forma de avanzar paso a paso hacia la independencia: primero, la bolsa; luego, los derechos de ciudadanía. Y todo ello gracias al PSOE, que, tras liberar a delincuentes con condena firme y negarse ahora a detener a Puigdemont tras pactar con el prófugo por conveniencia política, es ya, sin duda alguna, un partido autocrático y el principal enemigo de España.
Se confirma lo que se sabe desde hace décadas y está demostrado por la experiencia sufrida: que el PSC no es otra cosa que el caballo de Troya del nacionalismo y que solo lo votaban como supuesto muro frente al independentismo los más tontos, los más acomplejados o los más sectarios. Y ahora llegamos a su máxima expresión plástica y a su corolario político. El nacionalista Illa ya es president de Cataluña, esa comunidad autónoma carcomida por la corrupción, el egocentrismo y el independentismo sin otro propósito que hablar de sí misma. Y ahora, en la progresiva degeneración de algunos de quienes fueron luz y referencia, ni siquiera Josep Borrell es capaz de abrir la boca, algo que, por otro lado, nos temíamos.
El Ejecutivo de Salvador Illa contará con dieciséis consejerías para dar continuidad y profundizar en el programa nacionalista. Entre ellos estará Ramón Espadaler, quien fuera consejero con Artur Mas y Jordi Pujol, y que ahora asumirá la cartera de Justicia y Calidad Democrática; con semejante currículum, podemos esperarnos lo contrario de lo que titula el cargo. Y también Miquel Sàmper, cuyo mérito es haber sido consejero de Torra, el que definió a los españoles como «bestias taradas», para asumir la cartera de Empresa y Trabajo. Para la consejería de Política Lingüística cuenta con Francesc Xavier Vila, un experto en sociolingüística catalana que ya trabajó en el gobierno de Pere Aragonés y que, por razones obvias, profundizará en las políticas de discriminación lingüística, si es que puede profundizarse más en el fango. Y para Cultura, con Sònia Hernández, hasta ahora directora general del Patrimonio. Por si cupiera alguna duda, Josep Lluís Trapero regresará al frente de los Mossos. La economista Mónica Martínez Bravo será la consellera de Derechos Sociales e Inclusión. Según leo, Martínez Bravo cuenta con investigaciones en el campo de la igualdad de oportunidades, algo muy coherente con la desigualdad que implica el pacto fiscal que consiste en reducir la redistribución, limitar la solidaridad y destruir la igualdad, y con el perjuicio que provoca especialmente a los sectores más vulnerables la inmersión lingüística en catalán. A quien no le guste tiene la opción de hacer las maletas, ahora que por fin gobierna un supuesto constitucionalista rendido en la práctica al independentismo y que en su primera presentación pública se ha negado a mostrar la bandera española, como si ya fueran un Estado independiente. No son guiños al independentismo, es pornografía.
Incluso Estefanía Molina puede entenderlo: si conformas un gobierno con nacionalistas del PSC e independentistas de ERC o Junts, este gobierno será una mezcla de nacionalistas e independentistas, o sea, cualquier cosa menos constitucionalista, y avanzará en la práctica hacia la independencia. Si ya tiene la independencia fiscal con el concierto económico, solo le quedará por alcanzar la política. Porque la judicial ya la tiene vía indultos, amnistía y la colonización corrupta del Tribunal Constitucional. A este paso, al PSC van a condenarlo por apropiación indebida del programa de los independentistas.
Con la investidura de Illa, se da vía la libre al reconocimiento de Cataluña como nación política, al concierto económico que asegura la independencia fiscal y a la modificación del modelo de Estado actual para ir hacia una configuración confederal de España, y todo ello sin modificación constitucional y sin que los restantes ciudadanos españoles hayamos podido decir esta boca es mía; o sea, por sus santos cojones. Son las exigencias de la convivencia: todos nacionalistas y aquí paz y después gloria. Después, cuando toque y con la excusa que convenga, vendrá la plasmación práctica y el ejercicio del derecho a decidir para que una parte siga decidiendo por el todo sin que los pagadores de sus deudas y de la fiesta tengamos ni voz ni voto en el entierro de la España constitucional que ejecuta Sánchez. Y para que todo tenga apariencia de legalidad, aunque sea un ataque constitucional de libro, nos queda Conde-Pumpido en el Tribunal Constitucional para redondear el atropello. Y es que la independencia en el siglo XXI es esta independencia que se nos presenta como pacto entre diferentes tras la pertinente impunidad garantizada a los golpistas: quedarse con la educación y el adoctrinamiento y con la pasta. Para que no nos amenacen con otro procés, ya lo ejecutamos nosotros, han decidido los socialistas. Como ha dibujado Daniel Gascón, no es que nos tomen por tontos, es que lo somos.
La pena es que, cuando pase Sánchez y el PSOE se vaya al carajo, es posible que sea demasiado tarde para reconstruir la España constitucional que han demolido.
(Publicado en Vozpópuli el 13 de agosto de 2024)