«Tres partidos que juntan una sola alcaldía en toda Cataluña han traído a cientos de monolingües españoles de fuera de Cataluña para decirle (sic) a millones de bilingües catalanes que viven en Cataluña que dejen de serlo. Quien no te lo cuente así te está engañando».
Este tuit de Rufián es un compendio resumido de la forma de ser y de actuar de la ideología nacionalista y, en concreto, del nacionalismo que domina con mano de hierro, incumple las leyes y perturba la convivencia en Cataluña y en el conjunto de España. Es un ejemplo de su cinismo, de su falsedad y de su racismo.
Con el argumentario ultra que Rufián explicita de modo natural en ese tuit se han vulnerado derechos fundamentales a lo largo de la historia: «Si eres minoría, no tienes derechos o vamos a pisotearlos». En este caso, el derecho constitucional a estudiar en español en cualquier parte de España. La propia Policía Urbana de Barcelona ha utilizado la misma estrategia: «Dos mil ochocientos», han dicho, tratando de reducir el número de ciudadanos que asistieron este pasado domingo a la manifestación convocada por Escuela de Todos para intentar reducir su importancia y, de paso, manipular su significado. Tiene el mismo objetivo: «Como sois tan pocos, no tenéis derecho a nada».
En Euskadi solía ocurrir cosa parecida: cuando en los inicios de los 90 nos juntábamos docena y media de ciudadanos libres para expresar nuestro rechazo al último asesinato de ETA, los nacionalistas nos lo recordaban: «Bah, docena y media», como si el derecho a la vida, a la democracia y a la libertad dependiera del número de ciudadanos dispuestos a expresarse libremente (y a asumir, claro, las consecuencias de ello) precisamente allí donde las libertades estaban cercenadas y la democracia plena era una quimera. A la manifestación de este domingo pasado en Barcelona acudieron decenas de miles pero, aunque se hubiera manifestado uno solo o no se hubiera manifestado nadie, seguiría existiendo el derecho a estudiar en español.
Al principio éramos unos pocos los que nos manifestábamos contra ETA en Euskadi; pero después, cuando ya éramos miles, entonces nos convertimos en malos vascos o, peor aún, en «españoles venidos de fuera del País Vasco», como si los derechos de ciudadanía vigentes en España no correspondieran a cada uno de los ciudadanos independientemente de su lugar de residencia. Es lo que se evidencia en el tuit de Rufián y en el argumentario de todos los rufianes nacionalistas del mundo. Y lo mío, por cierto, no es solidaridad con los catalanes cuyos derechos están siendo vulnerados sino defensa de mis propios derechos como ciudadano.
En los 90, si eras vasco y te oponías al terrorismo de ETA y defendías la unidad de España, pasabas a ser automáticamente de derechas, aunque militaras en el Partido Comunista o defendieras las políticas sociales, la igualdad o la redistribución de la riqueza. Según El País, quien se manifestó este pasado domingo fue la derecha y así lo destacó en otro titular malicioso. Pero la vergüenza no es que se manifieste la derecha por una causa justa sino que no lo haga también la izquierda, dado que además las principales víctimas de las políticas de inmersión lingüística son los ciudadanos con menos recursos, los inmigrantes y la clase trabajadora, ya que la burguesía catalana y quienes han crecido bajo su ala siempre podrán matricular a sus hijos en un colegio privado para que puedan estudiar en español, cosa que no podrán hacer quienes apenas alcanzan a llegar a fin de mes. ¿Ven cómo esa izquierda que representa Rufián es profundamente reaccionaria?
Pero lo peor no es que se manifieste la derecha o no lo haga la izquierda sino que haya que manifestarse por un derecho reconocido en la legalidad vigente y por sucesivas sentencias judiciales que los nacionalistas catalanes se han saltado y el Gobierno de España ha permitido que se las salten. De hecho, esto es lo peor de lo peor y lo más triste: que los responsables no sean solo los nacionalistas (de los que no se puede esperar cosa buena) sino el propio Gobierno de España y, especialmente, esa izquierda abducida por el nacionalismo que padecemos.
Les queda además el recurso de la falsedad, el cinismo y la mentira. Los hombres y mujeres de Escuela de Todos y quienes llevamos años oponiéndonos a las políticas de imposición lingüística no queremos que se impida estudiar en euskera, gallego, valenciano o catalán (de hecho, los hay que somos bilingües o cuyos hijos estudian en otras lenguas cooficiales), sino algo tan sencillo como que se pueda estudiar también en español en cualquier parte de España. Y no se pretende que nadie deje de ser bilingüe sino de que las obsesiones de algunos no sean ley para todos. Las lenguas son simples instrumentos de comunicación, no instrumentos para el aparheid y la marginación social o laboral. No queremos que se pisoteen los derechos de nadie sino que se respeten los de todos. Algo tan sencillo que incluso ellos podrían entenderlo.
Como decía arriba, con el argumentario ultra de Rufián se han vulnerado derechos fundamentales a lo largo de toda la historia: «Si eres minoría (judío, negro, mujer, «español»), no tienes derechos o vamos a pisotearlos». Con un hecho añadido en este caso: resulta que son precisamente las minorías nacionalistas los que nos están imponiendo a la inmensa mayoría de ciudadanos españoles sus prioridades, sus deseos y sus políticas. Eso sí, con la connivencia del Gobierno de España, colaborador necesario para que esta distopía se haya hecho realidad en pleno siglo XXI. Quien no te lo cuente así, te está engañando.
(Publicado en Vozpópuli el 20 de septiembre de 2022)