El eterno candidato a la presidencia del gobierno, Mariano Rajoy, ha prometido muy circunspecto defender el «sentimiento español». No nos ha explicado cómo se mide, ni cuánto cuesta ni qué diámetro tiene. Ni cómo se defiende. Ni para qué o con qué propósitos u objetivos. A continuación, con la vacuidad que se expresa la mayoría de los políticos, ha sentenciado que a él no le sorprendió la expresión de júbilo vivida en España tras la victoria de la selección de fútbol… «porque en España existe un gran sentimiento nacional». Entonces, si ya existe ese sentimiento nacional, ¿de qué o quién va a defenderlo? No parece que se refiera a evitar las agresiones que algunos vascos sufrieron por ejercer su libertad de expresión… sino más bien parece que pretende hacer gala de un patriotismo enarbolado electoralmente y de cara a la galería. Algo parecido a lo que los nacionalistas montaron cuando hollaron el Gorbea ikurriña en mano. Lo que el país necesita (porque le falta), o sea, lo que los ciudadanos necesitamos, no es sentimiento superfluo ni políticos que agasajen deportistas y enarbolen sentimientos (legítimos, desde luego), sino compromisos, ideas, políticas públicas, pactos y leyes que vayan en la línea de garantizar la igualdad ciudadana, la eliminación de los privilegios de algunos, mayor cohesión social, políticas progresistas y toda la libertad que sea posible habida cuenta que convivimos en sociedad. El sentimiento nacional se tiene o no se tiene, pero no soluciona problemas y a menudo nos distrae de lo que realmente importa.