No es la transversalidad un concepto que me interese en el día a día demasiado. Seré claro: me interesa tanto como la música de Bisbal o el último ganador de Gran Hermano. Pero que no me interese no significa que sea un concepto que rechace o trate disimuladamente de esquivar, sino que no creo que sea algo que exija una dedicación especial o un reconocimiento público, un recordatorio expreso o diario, una especie de penitencia mañanera antes de comenzar a trabajar: prefiero dar argumentos. Lo más raro que he leído en los blogs del partido, aparte de mis meteduras de pata producto de mi carácter, es reclamarse uno mismo individualmente transversal, algo así como llamarse a sí mismo coalición, federación o liga inter-bares. Algunos reivindican el término como si pudiera ser la base ética sobre la que asentar el respeto a las personas, como si dicho respeto no fuera posible antes, una suerte de nuevo elixir para la paz mundial. Para otros, es la excusa perfecta para formar parte del colegio de abogados siendo cicloturista o reo, ya me entienden. Pero allá cada cual: ya somos mayorcitos. Llevo respetando a todas las personas que me rodean desde el día que entendí de qué iba la política y sobre todo la vida (y me he juntado con tíos con ideas bastante repulsivas, por cierto), por lo que sigo discutiendo acerca de ideas casi con cualquiera, es lo último a lo que pienso renunciar. Desde este punto de vista, nuestra transversalidad no me hace ser más respetuoso ni menos sectario.

Ciertamente, este partido se considera transversal, y afortunadamente. Esto es, recoge personas ni sectarias ni dogmáticas de distintas tendencias ideológicas que no comulgan con otra cosa mejor que esta nueva, se oponen a la vieja dialéctica derecha e izquierda y consideran que es, no sólo necesario, sino posible dignificar la política. Y sobre todo: personas que realizan propuestas autónomas, distintas o no a las de los partidos políticos que nos han venido defraudando en los últimos tiempos. Por tanto, lo entiendo como un concepto previo, una declaración de intenciones, una forma de expresar que tanto unos como otros han venido defendiendo proyectos defendibles ahora por nosotros y, cómo no, proyectos que abiertamente rechazamos. Somos tan magnánimos como Aristóteles, por lo que no tenemos problemas en coincidir con los más raros del lugar, si se presenta el caso.

Así, nos unimos, reivindicamos unos principios básicos pero claritos como el agua, elaboramos un manifiesto fundacional que plantea cuestiones muy concretas (su lectura beneficia enormemente su salud y la de los que le rodean) y, ay, formamos un partido político. No somos por tanto, un cajón de sastre ni tampoco una oenegé. Tomamos partido (distinto a entero, que abarca todo) y elaboramos un programa. Por si dejarnos guiar por principios fundacionales fuera poco, nos mojamos en sede parlamentaria casi semanalmente, defendiendo dichos principios básicos que señalo arriba y cito ahora: universalismo, laicismo, progresismo e igualitarismo. Casi nada. Ni el PSOE ni el PP, sin ir más lejos, son ninguna de estas cuatro cosas. Pero ninguna, y nosotros, todas.

Por tanto, la transversalidad no es que cada uno de los afiliados que formamos el partido sea independiente para defender su propia moral o visión del mundo, esto ya lo dábamos por supuesto antes. De ser la transversalidad una especie de salvoconducto para driblar compromisos, programas o ideas, los partidos tradicionales y por citar uno el socialista, sería el más transversal del mundo: en cada región del Estado defiende una cosa distinta. Pero nosotros no: defendemos esto y aquello, y no esto otro, y en todos los lugares, frente a cualquiera. Y sobre algún tema concreto, podremos decir: sobre esto no tenemos opinión o las tenemos tan distintas que preferimos callarnos. ¿Pero hay forma más grande de mojarse que diciendo incluso esto? Y claro: ser transversales no significa que valga todo. No somos ni marxistas leninistas ni pertenecemos al Ku Klux Klan, por ejemplo. Tenemos UNAS ideas. No todas.