Leo su carta «Doña Rosa y el euskera» publicada en esta sección, de la que dudo en sacar una de estas dos conclusiones: o bien no conoce el ideario político de UPyD y mucho menos sus opiniones sobre el euskera, o bien lo conoce pero prefiere obviarlo, de modo que opta por escribir cuatro cosas (lo cual se lleva mucho ahora), para que la ciudadanía deduzca hechos sesgados y se fabrique, por tanto, opiniones equivocadas. A ver, UPyD respeta profundamente el euskera y a sus hablantes, como no podía ser de otra manera. Los respeta y quiere que sus derechos lingüísticos se encuentren plenamente protegidos, como creo humildemente se encuentran ahora. No obstante, si encuentra usted algún euskaldún con sus derechos lingüísticos limitados, espero pacientemente nos lo cuente, para trabajar por ellos desde el día siguiente.
Sin embargo, me temo que lo que usted reivindica son los derechos del euskera, a la que califica como «nuestra». Pues bien, ni tienen derechos los idiomas ni pertenecen a nadie. Son un instrumento de comunicación, no un arma arrojadiza para enfrentarnos. Y no tienen derechos, mucho menos el de provocar hablantes forzosos que las perpetúen. Somos las personas las que tenemos derechos, no las lenguas. Y éstas existirán siempre que sean necesarias, como explicó Bernardo Atxaga.
Dice usted otras cosas harto preocupantes, como que lo primero es respetar las leyes naturales y culturales que corresponden a cada persona por el lugar en que nace o vive (!), como si el ser humano fuera un producto salido de una producción en cadena, todos con las mismas afinidades y preferencias, obligados a comportarse de una determinada manera, cortados por el mismo patrón. Pues no, señora Maritxu, cada individuo tiene su identidad… y hasta su forma de ver el mundo.
Y a partir de estos planteamientos y otros que gustosamente se los explicaría en persona, podríamos entendernos: veamos qué se ha hecho con el euskera y los resultados obtenidos. Dar fe de conciudadanos nuestros que las están pasando moradas por los perfiles de marras, incluso para ejercer profesiones alejadas de la atención pública de la Administración. Hay mil cosas, Maritxu y podemos hablarlas. Por favor, no tratemos de imponer el cariño que sentimos por el euskera. Para muchos ni siquiera ha sido su lengua materna. Otros simplemente la respetan y no quieren que se la impongan. No provoquemos que el gusto con el que usted y yo aprendimos euskera desaparezca. Y es que tan enemigo del euskera es quien lo prohíbe como quien trata de imponerlo.
*Carta enviada al DIARIO VASCO, en respuesta a la publicada hoy, de título «ROSA y EL EUSKERA».