Teniendo como ya tengo un Rey a la altura de las circunstancias (y, desde luego, muy por encima de nuestra clase política), que acierta siempre tanto en el fondo como en las formas y que satisface incluso a los republicanos más sensatos, me queda por desear lo que quizás nunca tendré pero a lo que todavía no renuncio, por mucho que cada día me conforme con menos, dadas las circunstancias.
Sin ir más lejos, una clase política que no nos avergüence cada día, que defienda sus ideas e incluso confronte con quien las tiene distintas pero que sin embargo dialogue y busque acuerdos para defender lo que nos une en lugar de para subrayar lo que nos separa; o sea, unos partidos críticos pero respetuosos con sus adversarios políticos, que es la mejor manera de respetarse a uno mismo. Y unos representantes públicos que antepongan el interés general a sus intereses personales y centren sus fuerzas en atender los problemas de la gente: la inflación elevada, el Euribor desbocado, el paro, el empleo precario, las libertades menguadas, la degradación de las instituciones, el separatismo, el sectarismo político.
Y ya que hablamos de partidos políticos, empecemos por el que nos desgobierna: un PSOE que rompa con sus socios actuales, reniegue de sus compañías tóxicas, atienda a los problemas sociales realmente existentes, recupere lo mejor de su historia y defienda la unidad de España frente a quienes pretenden romperla; es decir, un PSOE que recupere el significado de cada una de sus letras y vuelva a ser lo que dejó de ser hace bastantes años; y que, mientras siga siendo lo que hoy es, pase a la oposición hasta desfallecer o regenerarse.
Y sigamos con quien a punto estuvo de gobernar Cataluña y España y hoy pelea por gobernarse a sí mismo y salir vivo de su guerra fratricida, casi siempre la más cruenta y letal de todas las batallas: un Ciudadanos liberal pero con tintes socialdemócratas, bisagra a derecha y a izquierda para condicionar políticas mejor que muletilla, crítico pero constructivo, unido pero renovado, útil aun siendo pequeño. El tamaño no siempre es lo fundamental en política.
Y, ya puestos, imaginemos en el panorama nacional lo que formalmente no existe aunque por poco tiempo: una izquierda antinacionalista que combine el socialismo democrático y las políticas sociales con la defensa ilustrada de la unidad de España, porque además una cosa conlleva la otra: sin Estado no puede haber redistribución de la riqueza ni Estado del Bienestar.
En el ámbito internacional, una izquierda latinoamericana democrática que oponga al liberalismo extremo y la corrupción institucionalizada la protección de los más vulnerables y la regeneración política, una izquierda que reniegue del populismo y las pulsiones antidemocráticas por las que hoy día se caracteriza, razón por la cual ha decepcionado a tantos (y no solo a Sabina). Y, obviamente, una derecha decente y democrática que aporte sus ideas al debate público. Y, por razones familiares, un Perú liberado de la corrupción y el desgobierno, moderno y democrático, unido y regenerado, donde gobiernen ciudadanos comprometidos con la democracia en lugar de los peores de cada casa.
En Europa, una Ucrania reconstruida, liberada y con sus fronteras salvaguardadas; y una Rusia democrática con Putin sentado ante el Tribunal Penal Internacional para que pague por todos sus crímenes.
Por lo demás, salud y un apasionante día por delante cada mañana, familiares y amigos cerca y un vino tinto junto al mar y en buena compañía. Tampoco es tanto pedir. Que no nos lo quiten.
(Publicado en Vozpópuli el 27 de diciembre de 2022)