Sánchez y Feijóo acaban de librar la penúltima batalla política con motivo del diálogo y la negociación para renovar el Consejo General del Poder Judicial y la posterior ruptura de las negociaciones: el objetivo era y sigue siendo ganar la batalla del relato, sacar ventaja política, reforzar sus posiciones de cara a las próximas citas electorales y ganar las próximas elecciones generales con un resultado que le permita a uno mantenerse en la Moncloa y al otro acceder a ella. En el fondo, es lo que realmente les importa.
El duelo continúa. El objetivo de Sánchez es trasladar a la opinión pública que Feijóo no es un líder capaz de llegar a acuerdos y que no está capacitado para gobernar España porque no es autónomo y depende de la extrema derecha. El de Feijóo es insistir en la idea de que Sánchez sigue apoyándose en los enemigos del Estado y que es capaz de cualquier cosa con tal de seguir siendo presidente del gobierno. El resultado definitivo del duelo está por ver pero a día se mantienen algunas dudas en relación a Feijóo: una, si sabe el tipo de adversario al que se enfrenta; dos, si logrará derrotar a Sánchez en las urnas; tres, qué hará cuando llegue a la Moncloa, si es que llega.
El acuerdo que parecía firmado ha saltado por los aires no tanto como consecuencia de la intención del Gobierno de Sánchez de reformar el delito de sedición (cosa que ya se conocía) sino por la constatación pública de dicho deseo por parte de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso de los Diputados, haciendo coincidir voluntariamente estas declaraciones con las negociaciones que se estaban llevando a cabo, sin otro objetivo que perjudicar el futuro político de Feijóo y ponerlo en dificultades: si firmaba el acuerdo, lo hacía con quien estaba dispuesto a seguir beneficiando a los independentistas; si no lo firmaba, porque depende de la extrema derecha.
La intención del Gobierno de España de reformar el delito de sedición para beneficiar a los delincuentes pasados y futuros del independentismo es de una gravedad extraordinaria, pero no puede sorprender a nadie, porque llevan siendo sus socios toda la legislatura y esa propuesta ya se conocía. La intención de llevarla a cabo para converger con otros países de la Unión Europea es una simple excusa, la verdadera razón es que necesita a sus socios, y estos socios se la exigen. Más allá de que la razón dada por el gobierno sea falsa (en otros países las penas por conductas equivalentes son incluso más elevadas que las españolas), lo que realmente nos diferencia de otros países de nuestro entorno es que allí no existen sediciosos que pretendan revertir el orden constitucional y, si existen, los tienen a buen recaudo y no los indultan; y, desde luego, no negocian la reforma de un delito para reducir las penas con quienes han delinquido una vez y prometen volver a hacerlo. Es como si negociáramos y pactáramos con Arnaldo Otegi la reducción de penas por delito terrorista. Pero es lo que necesita Sánchez para seguir en la Moncloa. La duda es si Feijóo es consciente del tipo de adversario político al que se enfrenta.
La negociación relativa al CGPJ y al Poder Judicial y la reforma del delito de sedición son cuestiones diferentes pero que han coincidido en el tiempo. Y han coincidido en el tiempo porque el PSOE ha querido que así sea para fortalecer su estrategia política. Y Feijóo, ante esta evidencia, decidió romper unas negociaciones que parecían cerradas. No podría permitirse el lujo de firmar un acuerdo con quien estaba dispuesto a reformar el delito de sedición, denigrando de esa forma nuestro sistema democrático. El problema es que renovar o no renovar los órganos constitucionales es una obligación democrática, mientras que reformar las leyes es una decisión voluntaria que corresponde al Congreso de los Diputados, por mucho que esta reforma nos parezca el enésimo disparate del PSOE de Sánchez. En palabras de Ignacio Varela, no renovar los órganos constitucionales «es como si se suspendieran unas elecciones generales hasta reformar la ley electoral».
Feijóo ha verbalizado que quiere llegar a acuerdos de Estado y que dichos acuerdos llegarán, pero «no con este PSOE». El problema es que no hay otro PSOE y quienes pensábamos que podría haberlo, ya tenemos claro que no lo habrá en absoluto. Habrá otra izquierda institucional representada en el Congreso de los Diputados, pero este PSOE no parece que vaya a dejar de ser aquello que lleva siendo al menos desde Zapatero.
Así como tenemos claro lo que hará Sánchez (lo que sea necesario para mantenerse en la Moncloa), queda por ver qué tipo de oposición llevará a cabo Feijóo a partir de ahora y qué hará para consolidar su liderazgo y vencer a Sánchez en las urnas. De momento, hay dudas en relación a si Feijóo conoce el tipo de adversario al que se enfrenta. Y si no conoces a tu adversario, no puedes vencerlo.
(Publicado en Vozpópuli el 1 de noviembre de 2022)