“Yo ya no soy político, puedo decir la verdad”, afirmó Pablo Iglesias la semana pasada, cuestionando con tal declaración su propia trayectoria política, la práctica política de Podemos desde su fundación y, lo que más me importa, el modus operandi de los representantes políticos que en España han sido, son y serán; yendo más allá, incluso el propio sentido de la política como actividad pública y vía o instrumento de resolución de los principales problemas que nos afectan como individuos y como sociedad.
Que tanto Podemos en su conjunto como sus principales líderes históricos, así como algunos de sus más destacados representantes y portavoces actuales nos han venido mintiendo desde su fundación es algo que lo hemos aprendido nosotros solos, por propia experiencia, por la vía de los hechos, incluidos muchos de los ingenuos que en sus inicios creyeron las mentiras de la formación morada. Es cierto que en general todos los representantes políticos tienen cierta tendencia a no decir toda la verdad, a decir medias verdades o a contarnos grandes mentiras, pero el recurso a esta práctica es especialmente hiriente en un movimiento político como Podemos o en un líder como Pablo Iglesias, aquellos que precisamente nos prometieron no solo acabar con la mentira, sino incluso la justicia social, la regeneración de la vida política y el inicio de un nuevo tiempo: la nueva política frente a la vieja; la buena frente a la mala política. Quizás la primera gran mentira de Podemos fue prometernos justicia, cuando en realidad no querían justicia sino venganza.
Sé que Pablo Iglesias no afirmó literalmente que ya no está obligado a seguir mintiendo pero es lo que en el fondo dijo: porque no decir la verdad cuando eres o aspiras a ser representante político de los ciudadanos es lo más parecido que pueda haber al hecho concreto de mentir; porque no dijo que ya podía decir toda la verdad, sino la verdad a secas. Porque podría entenderse que, en el ejercicio de algunas de sus responsabilidades gubernamentales e institucionales, nuestros representantes no pueden decir toda la verdad de lo que saben y que, al menos en parte, debe prevalecer cierta prudencia o visión de Estado que proteja bienes más elevados. Esto hasta podríamos entenderlo. Pero no es a toda la verdad ni a su trayectoria específica como vicepresidente del Gobierno de España a lo que se refirió Pablo Iglesias… sino a su calidad de representante de los ciudadanos o de portavoz de un partido. Y al propio ejercicio de la actividad política.
En el fondo, lo que nos propuso Pablo Iglesias no es que un político no pueda decir toda la verdad o la verdad a secas, sino que, si quiere alcanzar el Poder o el máximo poder posible, debe mentir cuanto sea necesario y, a ser posible, mentir mejor que el resto de competidores a los que se enfrenta. Y que es correcto regirse por semejantes prácticas. Una especie de recurso práctico por la supervivencia y el logro de los objetivos políticos porque, en caso contrario, tendrás escasas posibilidades de éxito. Y esto es, por cierto, una forma de decir que no llegan los mejores o al menos los más honestos, sino los que tengan los menores escrúpulos posibles y sepan mentir mejor a los ciudadanos. Observando el panorama político actual, parece que se cumple.
Decir la verdad debería ser el primer requisito a cumplir por cualquiera que quiera dedicarse a la política. No se trata de que nos digan toda la verdad pero sí al menos que todo cuanto digan sea verdad, incluso de esa que a los ciudadanos no nos interesa escuchar porque supone que nos lleven la contraria, oigamos cosas que no queramos escuchar o nos canten las verdades del barquero. Y, desde luego, que no nos mientan, ni sutil ni burdamente, ni con medias verdades ni con mentirijillas, ni con mentiras piadosas ni con grandes mentiras. Admitimos que practiquen la oratoria y reciban clases de coaching político; que preparen sus discursos y ensayen antes de salir a la palestra pública; que consulten a sus asesores antes de elaborar un discurso; o que miren a las encuestas y digan esto o aquello cuando mejor les venga o más les interese. Admitimos que asistimos a una competición donde participan partidos políticos e intereses enfrentados. Y, por supuesto, que puede haber diferentes opiniones sobre los diversos temas y recetas distintas para la resolución de nuestros problemas. Pero la primera medida de decencia y regeneración democrática es la instauración de la decencia y de la verdad en el discurso político.
Necesitamos representantes auténticos, que piensen en el interés general y que nos digan siempre la verdad. Es lo mínimo que puede exigirse. Por supuesto, haberlos, haylos. Como siempre, depende de los ciudadanos que haya más de un tipo o de su contrario, porque nosotros votamos a unos, a otros o a ninguno; y, por lo tanto, podemos elegir entre todos ellos. Lo que es insoportable es que nos mientan. Y peor aún, que nos digan como si tal cosa que efectivamente nos mienten (aunque ya lo sepamos). Como acaba de hacer Pablo Iglesias.
(Publicado en Vozpópuli el 1 de febrero de 2022)