Con motivo del décimo aniversario del fin de la violencia terrorista de ETA, Arnaldo Otegi procedió a realizar una declaración institucional de esas que, al escribirlas, se miden hasta las comas. En ella, además de agradecer a “aquellos que apostaron de manera valiente y arriesgada por las vías exclusivamente pacíficas”, es decir, a los miembros de ETA que decidieron no seguir cometiendo actos terroristas, y de recordar “el inequívoco carácter estratégico de la decisión adoptada”, se refirió a las víctimas del terrorismo (se entiende que a los familiares de los asesinados o a los que sobrevivieron) para “trasladarles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido”, decirles que “sentimos su dolor” y asegurar que “nunca debió haberse producido”. Reconoció que “el pasado no tiene remedio” y aseguró que “sentimos enormemente su sufrimiento y nos comprometemos a tratar de mitigarlo en la medida de nuestras posibilidades”. Finalmente, solicitó una “solución integral a los presos de ETA”, es decir, su excarcelación sin cumplir sus condenas por los crímenes cometidos, y exigió “la resolución democrática de nuestro problema nacional” ya que “somos una nación que debe ser respetada y reconocida”, que es tanto como pedirnos al resto que abdiquemos de nuestras ideas y les demos la razón para que Euskal Herria alcance definitivamente la independencia.
Tan pronto como escuché estas palabras, incluso antes de oírle reconocer ante un grupo de simpatizantes que su objetivo ahora es la puesta en libertad de sus presos, las entendí como una simple estrategia política de eso que se llama “el entorno de ETA” o la “izquierda abertzale” para fortalecer su proyecto político, lograr más votos, ganar más poder y alcanzar antes sus objetivos políticos: anexión de Navarra y sur de Francia al País Vasco, ejercicio del derecho a la autodeterminación e independencia. Es decir, que no es que Otegi sienta como propio el sufrimiento provocado a miles de inocentes; y, desde luego, tampoco reconoce la legalidad democrática gustosamente sino que ahora no la vulnera porque no le queda otra.
Más allá de la palabrería, lo cierto es que Otegi no pide perdón expreso a las víctimas del terrorismo (ni falta que hace, dirán algunas, asesinados sus seres queridos y truncadas sus vidas) ni condena la trayectoria criminal de ETA ni afirma que nunca tuvo justificación alguna. Y cuando, refiriéndose a las víctimas que él ayudó a provocar, afirma que “sentimos enormemente su sufrimiento, y nos comprometemos a tratar de mitigarlo en la medida de nuestras posibilidades”, Otegi simplemente miente. Porque quien siente de verdad el padecimiento de los asesinados o de sus familiares, no homenajea a los presos excarcelados que atentaron contra ellos; quien pretende mitigar el dolor de los familiares de las víctimas, no califica de “presos políticos” a los asesinos; y quien quiere construir una sociedad más justa, no se niega a esclarecer los más de trescientos crímenes cometidos por ETA pendientes de resolución. Y es que, como escribió Montaigne, “no se trata tanto de que se recite la lección como de que se practique”. Todo lo demás es burda estrategia y cinismo político.
Sea como fuera, conviene recordar que la violencia terrorista terminó y que ETA fue derrotada. Nos provocó un inmenso dolor y cambió la realidad política vasca para siempre, pero al menos no logró ni uno solo de sus objetivos políticos: ni anexión de Navarra al País Vasco, ni derecho a la autodeterminación ni independencia. Es cierto que queda la batalla del relato, contar a nuestros jóvenes la verdad de los hechos ocurridos y deslegitimar socialmente la violencia, pero no es menos cierto que la democracia venció a los terroristas.
Así pues, las declaraciones de Otegi tienen un objetivo político: que la llamada “izquierda abertzale” incremente su fuerza y su capacidad de influencia. No es necesario ser un lince para saberlo. Ahora bien, diez años después de haber sido ETA derrotada, los demócratas partidarios de las libertades públicas y de la unidad política de España debemos estar a la altura de las circunstancias. Porque, como siempre, no importa tanto lo que ellos digan sino lo que los demócratas unidos seamos capaces de hacer en beneficio de todos. Sabemos de sus pretensiones, sus prioridades y sus objetivos. Al resto nos toca derrotar democráticamente su proyecto político, ese por el cual asesinaron y hoy siguen reivindicando.
(Publicado en El Diario Norte de Euskadi el 20 de octubre de 2021)