Dijo ayer nuestro lehendakari (anda, que cualquiera puede llegar a ser lehendakari) que siente tanto respeto por España como el Dalai Lama por China, demostrando en la envenenada y malintencionada comparativa (con su cara de… bueno) que si algo no hace es respetar al Estado democrático del que formamos parte. Como quien no quiere la cosa, compara tendenciosamente una dictadura comunista con el Estado que él mismo representa en la CAV, y demuestra con este nuevo insulto a la inteligencia que no tiene capacidad ninguna para ocupar el puesto que ocupa, cosa sobradamente probada, y mucho menos para representarnos. La buena nueva es que le quedan unos pocos meses en su cargo y la mala que dedicará los mismos a ejercer de lo que no puede evitar dejar de ser: nacionalista radical y peligro público. En fin, tengamos paciencia y confíemos en que lo venga sea mejor.
Y dijo que no comprende el miedo que se tiene a los pueblos pequeños, como el tibetano o el vasco, al que, por cierto, me temo yo ya no pertenezco. A menudo me pregunto qué será será ese pueblo vasco uniformado, petrificado e… inmovilizado como en una foto que circula por su ancestral imaginario, qué personas de carne y hueso forman parte del mismo, la ciudadanía que alberga, los derechos que nos confiere e incluso si verdaderamente le importan al señor lehendakari las personas que conforman el ilusorio pueblo o son simplemente instrumentos al efecto. Me temo lo segundo y a eso es a lo que un servidor tiene miedo, a esa ideología que antepone pueblo, sangre y territorio a ciudadanos, cada cual con su identidad pero con los mismos derechos. Sabiendo de dónde viene y la ideología que profesa, supongo que el pueblo le importa bastante más que los ciudadanos de la CAV, refutada por la política que lleva a cabo, su relación ambivalente con el nacionalismo violento y su plan estatutario con el que nos amenazó años atrás. En fin, como en su día mi amigo y sabio Mario me señaló respecto a los nacionalistas de cualquier pelaje, «ellos son hombres-nación, nosotros simplemente hombres».
Nosotros reivindicamos la ciudadanía y el Estado de Derecho que la posibilita, frente a las masas aborregadas y obedientes que reclaman los nacionalismos excluyentes y étnicos. E individualismo y libertad de pensamiento y reducción de fronteras. Y tenemos miedo a los defensores de la politización de las identidades. Yo al menos tengo cierto miedo. Quizás es que soy un poco cobardica.